Empezamos...
02 de enero de 2018
Soy fotógrafo y diseñador gráfico o viceversa y dirijo mis propios proyectos profesionales y creativos en Nat Estudi y Nonsolumweb. También soy un cuarentón fofisano, un xennial para más información, eslabón perdido entre la Generación X y Mr. Wonderful, que bebe y vive de otros placeres y experiencias, y lleva conectado a Internet de manera ininterrumpida desde 1998, tiempo suficiente para amarla y odiarla a partes iguales.
Lo de escribir no es porque me haya dado ahora por ahí. Escribo desde hace mucho tiempo. Empecé con la a, luego con la b y con el tiempo fui juntando letras hasta componer palabras y hacerme bloguero.
Mi primer blog se llamó, precisamente, La frontera líquida, y durante 10 años fue mi cuaderno de bitácora y, demasiadas veces quizás, el show de mis diferentes estados de ánimo en medio de una crisis global que nos fue cambiando a todos en mayor o menor medida. Con la llegada de las redes sociales llegó la procrastinación nivel God y acabé perdiendo el hábito de escribir (más de 400 posts en 10 años y 2.500 imágenes) sustituyéndolo por otro consistente en frotar pantallas de dispositivos móviles con un dedo hasta borrarme la huella dactilar o quedarme dormido de puro aburrimiento.
Finalmente, en 2016 di carpetazo al blog, pero tras un año masturbando la blackmirror hasta provocarme un problema en el tunel carpiano, decidí retomar el proyecto, con un nuevo formato y sin un contador de followers que me presione o merme mi libertad a la hora de hablar sobre lo que me apetece y como me apetece.
Sé que hoy en día procesar más de 140 caracteres seguidos puede provocar un ictus y que la corrección política y la postverdad nos convierte, a especímenes como yo, en auténticos dinosaurios a ojos de millennials y de aquellos que ya, caiditos del árbol, pretenden pasar por millennials. Aún así, el ir ya peinando canas o mostrando el cartón es consecuencia de tener ya un tanto vivido y la experiencia siempre es un plus a la hora de contar.
Y, a partir de aquí, vienen los spoilers.
Soy y me siento, principalmente, fotógrafo, y por lo tanto la objetividad no entra en mi jurisdicción. De hecho, lo siento, pero la objetividad no existe. Somos seres contradictorios, condicionados por nuestra educación, nuestras circunstancias, nuestras experiencias, nuestros aciertos y nuestros errores. En resumen: somos seres subjetivos y esa pretendida objetividad a la que aspiramos no es más que la suma de cuantas subjetividades ajenas necesitemos para poder situarnos en un punto equidistante con respecto a cada una de ellas a la hora de percibir todo lo que pasa y ocurre más allá de un palmo de nuestras narices. La conclusión a la que lleguemos será cosa de nuestro sentido crítico, no de nuestra objetividad, y visto por dónde soplan los vientos en este siglo adolescente, el tener algo de sentido crítico ya será como para darse con un canto en los dientes.
Soy y me siento, secundariamente, diseñador, y por lo tanto el estado de las cosas no me es únicamente blanco o negro. Hay tantos matices como pantoneras llevemos en nuestras vidas y escalas de luminancia seamos capaces de distinguir, y resulta paradójico que en una era en la que el acceso a la información y al conocimiento es de barra libre, presumamos de ir por la vida con los filtros Instagram puestos en los ojos, y asumamos las postverdades absolutas a la velocidad con la que un pedo sale del culo, sin pararnos a pensar, analizar, cuestionar… Una cosa es la subjetividad y otra muy diferente la estupidez humana.
Y bueno, también hablaré de cine, música, libros, etc...
