Zona 0... 25 años después
24 de febrero de 2020
Hace poco más de tres años decidí desempolvar todas las cintas de vídeo VHS que guardo en un armario empotrado de mi casa que, con el tiempo, se ha ido convirtiendo en una especie de archivo de mi memoria que almacena todo aquello que por su condición de objeto físico no se puede sintetizar en un archivo digital. Resulta curioso comprobar como todo lo que he decidido conservar de mi vida previa a la etapa digital precisa de un armario entero, y todo lo que vino después pueda caber en unos cuantos discos duros dentro de una caja de zapatos.
El caso es que, tras haber digitalizado gran parte de mis negativos y dispositivas, me quedaba pendiente hacer lo mismo con todo ese material en vídeo analógico, algo que, por desgracia, ha sido ya demasiado tarde para algunas grabaciones con más de 30 años de solera que han sufrido el deterioro de su soporte magnético por el paso del tiempo. Por suerte, estas han sido las menos, ya que la gran mayoría han aguantado relativamente bien, bastante más de lo que uno podría suponer tras tantos años metidas en diferentes estancias que tampoco es que hayan sido el paradigma de las buenas condiciones para la conservación de este tipo de material.
Proceso de digitalización de mis cintas VHS y VHS-C.
Digitalizar vídeo no es un proceso complejo (ahora). Con un conversor de señal analógica a digital que cualquiera puede pillar en Internet y un ordenador, el proceso de captura se lleva a cabo sin mayor problema. Lo más complicado, sin duda, es conseguir un buen reproductor de VHS con sus cabezales de lectura en condiciones, algo parecido a lo que hoy en día ya está pasando con las unidades de CD/DVD para ordenadores. Y es que 30 años al ritmo que vamos son como un suspiro.
De entre todo ese material en vídeo hay algunas piezas que son de vital importancia para mí, como son los experimentos audiovisuales que realicé entre los años 1991 y 1995 y que dieron como fruto tres cortometrajes, Joc Visual (1991), Misogin (1993) y Zona 0 (1995), con los que llegué a participar en algunos certámenes para jóvenes creadores, destacando el pase de Misogin en el Cinema Jove de Valencia de 1993, un corto que, quizás, hoy en día no pasaría el filtro de esa corrección política fast food que todo lo invade ahora, incapaz de contextualizar y mucho menos profundizar más allá del postureo o la trinchera.
Tengo un problema de hiperactividad mental y un puto embudo por el que intento que pase todo y que demasiadas veces acaba en atasco.
Pero de ellos, sin duda, Zona 0 ha sido el que ha ido ganando mayor entidad para mí con el paso del tiempo, no por sus excelencias técnicas, que como os contaré a continuación, son las que pude obtener con los recursos que tenía hace 25 años, a pesar de exprimirlos al límite de sus posibilidades, sino, sobretodo, por lo que representa de una etapa de mi vida en la que todavía era una aprendiz de todo, de fotografía, de cine, de música, pero también un novato en el vivir, amar o follar y en todo aquello que la experiencia y el paso de los años moldea en la condición humana de cada uno. Un molde, el actual, en el me costaría bastante encajar al Bernat de 1995 a pesar de que, paradójicamente, comparta con aquel supuesto ‘desconocido’ ese mundo interior al que poca gente en mi vida ha tenido acceso y cuyo mecanismo de funcionamiento todavía sigue siendo una incógnita, incluso para mí. Tengo un problema de hiperactividad mental y un puto embudo por el que intento que pase todo y que demasiadas veces acaba en atasco.
Zona 0. Bloque 1 y bloque 2.
1995
Os pongo en antecedentes. En 1995 soy un joven de 20 años que tiene lo suficiente en la vida. No es que nadara en la abundancia siendo tan joven, ni que todo me fuera de puta madre, simplemente es que no necesitaba nada más de lo que en esos momentos disponía. Empezaba ya a ganarme mis primeros durillos. Tenía amigos, tenía novia, tenía una cámara de fotos y otra de video, un laboratorio de revelado y positivado, una incipiente colección de música en CD de la que se podría considerar raruna para un postadolescente de pueblo, y tenía un piso. Sí, no es coña, tenía un piso. El piso en el que habían vivido mis abuelos paternos, fallecidos ya años antes, y que se convirtió en un espacio compartido con mi hermana, que acabó siendo mi primer estudio de trabajo y vivencias varias, y el lugar de paso de amigos (fuera la hora que fuera), parejas, conocidos y desconocidos, que contribuyeron a una experiencia intensa, y en algunos aspectos loca y surrealista, entre los años 1993 y 2000.
El piso estaba un tanto destartalado, pero gracias a las contribuciones de muchos de los que por allí pasaron lo fui acondicionando hasta convertirlo en un lugar con su propia idiosincrasia. Los hubieron tan generosos que no dudaron en desmontar la marquesina de una parada de autobús para extraer un póster de casi 2 metros de altura que acabó en una pared del piso, junto a otros tantos carteles que, a falta de más paredes, llegaron incluso a colgar del mismo techo. Mi ‘casa’ («si es que hi ha cases d’algú») acabó siendo la casa de todos, especialmente, a partir de la medianoche y en muchos casos bien pasada la madrugada.
No es que fuera una persona introvertida o un insociable, sé bien que no era esa la imagen que proyectaba, simplemente es que, sin ser demasiado consciente entonces, empezaba a sentirme cada vez más desconectado de una realidad que había dejado de ofrecerme los estímulos que necesitaba.
Pero en verdad, la mayor parte del tiempo que viví en aquel piso lo hacía en la más absoluta soledad, y no era algo que me molestara; para nada. Todo lo contrario. Era en esa soledad en la que me metía, horas y horas, en el laboratorio a revelar mis fotografías en blanco y negro, o montaba mis primeras fotos en paspartús, por las tardes (me encantaban aquellas tardes), con las músicas de Dialogos 3 sonando en la radio. Era en esa soledad en la que escuchaba en bucle el último CD comprado de Mike Oldfield, Wim Mertens, Dead Can Dance, Jan Garbarek o Nightnoise. Era esa soledad la que muchas veces anteponía a vivir como vivían la mayoría de los de mi generación, simplemente porque me sentía más a gusto y entretenido con ‘mis cosas’ que con lo que me ofrecía el mundo exterior. No es que fuera una persona introvertida o un insociable, sé bien que no era esa la imagen que proyectaba, simplemente es que, sin ser demasiado consciente entonces, empezaba a sentirme cada vez más desconectado de una realidad que había dejado de ofrecerme los estímulos que necesitaba. Esta es la conclusión a la que llegué mucho tiempo después, cuando inevitablemente te acabas preguntando quién eras ahí, con tus sueños, tus metas y tu me voy a comer el jodido mundo, y quién eres ahora, cuando el desencanto y la adaptación han rebajado bastante las expectativas de entonces, en mi caso, las profesionales y, sobretodo, las artísticas. Íbamos a ser los mejores, ¿recuerdas? Por supuesto, con 45 años a la chepa, esa botella medio llena, medio vacía, se ha ido rellenando de otras cosas que han hecho que el camino haya valido la pena, gracias a la teoría de la relatividad para mentes mundanas.
'La república independiente de mi mundo' en 1995. © Bernat Gutiérrez 1995
Lo particular de Zona 0 es que, a diferencia de los dos cortos anteriores en los que había un argumento, más ficticio que otra cosa, y un guion a modo de escaleta de escenas, este lo rodé, casi de manera improvisada a lo largo de 6 meses, en diferentes bloques que surgían como continuación, unos de otros, en el mismo momento en que me disponía a grabarlos, en períodos de tiempo bastante distantes entre ellos, sin que hubiera una historia planteada previamente con un principio y un desenlace. Fue algo como eso que llaman escritura automática. Surgió así y ya está, y esa es la principal razón por la que esta creación audiovisual, totalmente amateur, me sigue resultando tan enigmática 25 años después. ¿Qué estaba pasando entonces por mi cabeza, con tan solo 20 años, para que surgiera aquello casi de manera inconsciente? Y es con la perspectiva del tiempo como uno consigue darle cierto sentido a las diferentes etapas de la vida por las que ha pasado.
Fue algo como eso que llaman escritura automática. Surgió así y ya está, y esa es la principal razón por la que esta creación audiovisual, totalmente amateur, me sigue resultando tan enigmática 25 años después. ¿Qué estaba pasando entonces por mi cabeza, con tan solo 20 años, para que surgiera aquello casi de manera inconsciente?
En 1995 creo que vivía una auténtica agitación emocional interna. Me sentía solo porque no conectaba con mi entorno del mismo modo en que lo hacía el resto de la gente de mi edad. Pero por otro lado, como ya he dicho, me gustaba estar solo porque me permitía desarrollar todas esas cosas que me llenaban de verdad (la fotografía, la música, los silencios…). Creé un espacio emocional propio que transmutó en un espacio físico (el piso) que se convirtió en una especie de ‘república independiente de mi mundo’ en el que todo y todos estaban de paso y yo era el anfitrión. Bienvenid@s al mundo raruno de Bernat.
Pero habían también, entonces, dos situaciones en mi vida que también estaban contribuyendo a ese estado anímico. Por un lado, una relación sentimental que bien se podría describir con eso de algo complicado y que sin duda ejercía como la hostia que necesitaba para salir de mi ensimismamiento (egoísta, sin duda) y pisar el mundo real y, por otro lado, el extraño proceso de digestión que supuso para mí y para mi familia la (novedosa) enfermedad de Alzheimer que padecía mi abuelo materno (a quién dediqué el cortometraje), que ya en aquel año había hecho estragos en una de las mentes más privilegiadas y sabias que he tenido la suerte de conocer, como si la vida, en plan hijaputa, hubiera decidido cobrarse el deseo de mi abuelo por ocupar cualquier hueco de su mente con el saber, convirtiéndolo al final de sus días en un puto vegetal, sin ese saber y, lo peor, sin su memoria. Mi abuelo moriría en 1997, y mi relación con mi pareja de entondes acabó cuando sentí invadido no solo mi espacio físico, sino también el emocional que era como el anillo de poder para Gollum. Ahí es cuando me di cuenta del miedo que tenía a que alguien me fuera despojando de todas las capas de la cebolla y descubriera lo que hay tras todas ellas (antes que yo); miedo (y coraza) que claramente fui prolongando a lo largo de los años hasta que un día concreto de diciembre de 2009 (os juro que lo recuerdo perfectamente, tanto el momento como el lugar) me dije a mi mismo, «hasta aquí llega esta mierda». Y ahí se acabaron las gilipolleces que venían de esa etapa… Luego vinieron otras, pero esa ya es otra historia…
Zona 0. Bloque 3, bloque 4 y bloque 5.
«El que sabe, Saba…»
En aquella época, el único material videográfico que disponía era de una cámara Philips Camcorder VHS-C (por eso nunca tuve un Vespino) y un vídeo Saba de mis padres que, curiosamente, te permitía meter una pista de audio adicional (no sé por qué) a través de una conexión paralela a la del cable euroconector. Claro está que, a pesar de aquello, era imposible realizar un trabajo de edición decente a la hora de pasar lo grabado en cámara al máster VHS final, pero al menos tenías la opción de poder meter música a través de esa conexión y al mismo tiempo mantener el audio original de la cámara a través del euroconector.
¿Cómo suplir la falta de un equipo de edición de vídeo en 1995? Pues haciendo el montaje directamente en cámara, plano tras plano, manteniendo la continuidad de las diferentes escenas (bloques) separadas estas por unos fundidos a negro que servían para conectarlas a la hora de pasar las grabaciones de la cámara al reproductor de video Saba.
¿Cómo suplir la falta de un equipo de edición de vídeo en 1995? Pues haciendo el montaje directamente en cámara, plano tras plano, manteniendo la continuidad de las diferentes escenas (bloques) separadas estas por unos fundidos a negro que servían para conectarlas a la hora de pasar las grabaciones de la cámara al reproductor de video Saba. Y… ¿cómo salir en algunas escenas uno mismo sin que se vea el momento de activar el botón del rec?, pues aprovechando los casi 2 segundos que tardaba la cámara en empezar a grabar después de pulsar el botón y saltando a la posición en la que debías de aparecer, tras darle al rec, sin que se notara nada con respecto al plano anterior. Como comprenderéis, esto no daba mucho margen para el error, porque cagarla en un plano significaba volver a grabar el bloque entero, ya que cada nuevo corte en cámara se comía 1 segundo de lo grabado justo antes, con lo cuál, podías tener un buen problema con la continuidad de la acción de un plano al otro. Es por esto, que no esperéis grandes interpretaciones de quiénes salimos en el corto, porque aquí no había opción de pulir el método Stanislavski repitiendo la toma hasta que esta saliera redonda.
¿La edición?, pues dos tazas de lo mismo. Por un lado, la cámara conectada al reproductor de video a través de un cable rca-euroconector y, por otro, un radiocasete con lector de CD conectado al vídeo con un híbrido de cable fabricado adrede, con una conexión jack en un extremo y en el otro una de pins exclusiva para la entrada de audio externa del Saba. De ese modo, desde la cámara lanzaba la señal de imagen y de audio grabada (anulando el audio original cuando era preciso desconectando el rca del audio de la cámara) y a través de la conexión externa enviaba la música y los efectos de sonido previamente registrados, estos, en una casete.
Vamos, que viene entonces la de la lejía Neutrex del futuro y me cuenta lo que hoy en día se puede hacer con una cámara o un móvil y un ordenador y me cago en su puta madre.
Primera edición de Zona 0 en 1995.
Un portal en el váter
Dejando al margen los milagros técnicos que acompañaron a aquellos primeros experimentos con el vídeo, lo que muestra Zona 0 tiene bastante más de realidad de lo que puede parecer a primera vista. El rodaje se hizo en el susodicho piso, en el estado en el que estaba aquel año. Los personajes, como podéis ver, se pasan todas las escenas fumando, pero es que entonces fumábamos como carreteros. La relevancia que parece adquirir el váter que sale en diferentes escenas, hasta el punto de situar el portal a través del cuál yo me traslado a vete tú a saber dónde (¿un mundo interior dentro de otro mundo interior a lo Origen?) en el espejo de la pared del lavabo no es, para nada, algo circunstancial… ¿Dónde creéis que montamos muchos un laboratorio fotográfico, en nuestros inicios, para un proceso en el que debíamos combinar agua con diferentes productos químicos como el revelador, fijador, baño de paro, etc…?
Los temas musicales que se pueden escuchar en Zona 0 eran parte de la banda sonora de mi vida por aquel entonces. Los Mike Oldfield, Jan Garbarek, Brian Eno o Dead Can Dance que hoy en día se han convertido en los Max Richter, Nils Frahm, Ólafur Arnalds o Jóhann Jóhannsson… Una conexión musical, entre etapas, que va pareja a las conexiones entre las diferentes versiones de uno mismo en cada período vital por el que ha pasado… «Como hemos cambiado…», eso es evidente, y menos mal, pero todo acaba quedando «tan lejos y tan cerca…».
Es precisamente la música la que convierte cada fragmento de Zona 0 en algo que va más allá de lo que muestra, porque si hubiera prescindido de ella, cada plano y cada escena en su conjunto podrían ser simples extractos de un día cualquiera de mi vida en 1995, absorto en mi particular ‘república independiente de mi mundo’...
Es precisamente la música la que convierte cada fragmento de Zona 0 en algo que va más allá de lo que muestra, porque si hubiera prescindido de ella, cada plano y cada escena en su conjunto podrían ser simples extractos de un día cualquiera de mi vida en 1995, absorto en mi particular ‘república independiente de mi mundo’, complejo en mis relaciones con quiénes consiguieron atravesar varias capas de la cebolla, y desubicado totalmente en un proceso introspectivo del que apenas entendía una mierda… Entonces…
Simplemente tuve que poner una cámara delante y un espejo hacía ‘el otro lado’ y todo surgió de manera automática…
Zona 0. Bloque 6, bloque 7 y bloque 8.
Remasteriza como puedas…
25 años después de aquella experiencia me he entretenido remasterizando Zona 0 a partir de la digitalización de las grabaciones originales previas al montaje final en VHS. Con la imagen se ha hecho lo que se ha podido, teniendo en cuenta de que partimos de una resolución en pantalla del formato VHS no superior a 352 x 288 píxeles y que en la captura digital se expande hasta los 720 x 576, quedando aun muy por debajo del Full HD 1920 x 1080 px con el que he editado de nuevo el cortometraje, usando Adobe Premiere. Y todo esto teniendo en cuenta que, aunque el soporte magnético se ha conservado bastante bien, es más que seguro que las grabaciones no mantengan la misma calidad con la que quedaron registradas en 1995.
25 años después de aquella experiencia me he entretenido remasterizando Zona 0 a partir de la digitalización de las grabaciones originales previas al montaje final en VHS.
No ha sido posible eliminar el efecto del entrelazado propio del VHS, porque el resultado final todavía hubiera empeorado más la definición de las imágenes. Aun así, he podido corregir los errores de los empalmes entre bloques que eran más que evidentes en el montaje de entonces y afinar mejor los de cada plano que en su momento hice directamente en cámara. Incluso he podido eliminar los tembleques del travelling que rodé recorriendo medio piso con un carro de Carrefour (cortesía también, si no recuerdo mal, del ‘equipo de la marquesina’).
Pero sin duda, la parte que claramente ha mejorado ha sido la sonora (la que metía hace 25 años a través de la conexión de audio adicional del Saba), convirtiendo el mono original en estéreo, sustituyendo los efectos de sonido de antes por unos nuevos (el timbre del teléfono, la respiración…) y añadiendo de nuevo toda la parte musical a partir de archivos wav extraídos de los mismos CD originales que usé en la primera versión del corto.
El resultado final no es para echar cohetes, pero sí es una mejora más que sustancial con respecto al original en VHS de 1995 que ya capturé, sin ningún tipo de remasterización, hace unos 10 años y con el que podéis comparar en este enlace, y que, seguramente, se visionará mejor en pantallas a menor resolución que en aquellas a resoluciones muy altas.
Tanto tiempo después…
Seguramente, los 30 minutos que dura Zona 0 eche a muchos para atrás. ¿Por qué perder vuestro valioso tiempo con el visionado de un cortometraje amateur tan largo? Pues, simplemente, por la curiosidad de ver como un primerizo experimento creativo se convirtió en el contenedor de todo lo que os he contado en este artículo. Un experimento hecho con tan solo 20 años en el que me abrí en canal, sin ser consciente de ello, dejando que todo aquel estado de las cosas interno ‘cruzara el espejo’ hacía este lado y se materializara en un ejercicio de deconstrucción personal que he tenido que descifrar a lo largo de los años.
Revisar el pasado no es siempre una cuestión de nostalgia (otra palabra maldita). A mí, personalmente, no hay nada que me ate a ese pasado, pero sí hay una memoria que no estoy dispuesto a perder (mientras que lo inevitable no me la arrebate) y mucho menos repudiar.
Parece ser que, hoy en día, sea un delito el pararse a revisar el sentido de ciertos pasajes de nuestras vidas. Esa obsesión por vivir el día a día como si no hubiera un mañana, pasándose por el forro de los cojones la memoria ‘histórica’ de cada uno (y la de los demás), más preocupados por los personajes con los que nos hemos sustituido a nosotros mismos en Facebook, Instagram y demás escaparates online, que por descubrir quiénes somos realmente, no sea que la respuesta sea demasiado explícita…
Revisar el pasado no es siempre una cuestión de nostalgia (otra palabra maldita). A mí, personalmente, no hay nada (ahora) que me ate a ese pasado, pero sí hay una memoria que no estoy dispuesto a perder (mientras que lo inevitable no me la arrebate) y mucho menos repudiar. En ella permanecen muchas de las claves que le dan sentido a mi vida actual y que son tan importantes para mi futuro como aquello que decida en este presente.
Al fin y al cabo, todo pasado fue antes presente, y todo futuro será un día pasado, y ese trayecto entre medias, a pesar de lo que muchos creen, depende más de las decisiones que tomamos que de aquello que nos pueda deparar la vida...
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